El sistema nervioso está diseñado para reaccionar ante el peligro: libera adrenalina y cortisol, acelera el corazón, activa los músculos y concentra la atención en lo inmediato.
Eso es útil cuando hay que responder rápido. El problema es que cuando esa reacción se vuelve constante, el cuerpo deja de “volver a casa”, y se queda atrapado en el modo de supervivencia. Para muchos médicos, esta no es una metáfora, es la forma en que viven jornadas extendidas, alertas constantes, presión por no equivocarse, guardias sin descanso.
El cuerpo se adapta hasta que no puede más.
Qué ocurre fisiológicamente cuando vives en estado de urgencia
- Aumento crónico del cortisol
Tu cuerpo produce esta hormona del estrés para mantenerte en alerta, pero si se mantiene alta por demasiado tiempo, genera insomnio, aumento de peso, irritabilidad y dificultad para concentrarte. - Sistema inmunológico debilitado
El cuerpo, al priorizar la supervivencia inmediata, reduce la energía dedicada a la reparación y defensa. Por eso las enfermedades “menores” aparecen con más frecuencia: resfriados, infecciones leves, fatiga persistente. - Corazón en modo sobrecarga
La frecuencia cardíaca elevada y la tensión arterial sostenida aumentan el riesgo de hipertensión y otros trastornos cardiovasculares. - Cansancio cognitivo
Tu cerebro se vuelve experto en reaccionar, pero pierde capacidad de planear, memorizar y tomar decisiones con calma. Es el precio de vivir siempre en “piloto de emergencia”. - Desconexión emocional
El sistema nervioso simpático (responsable de la alerta) no permite que experimentes con claridad emociones como calma, gratitud o disfrute.
Por eso, aunque no haya una urgencia externa, sientes que algo siempre está pendiente o mal.
El problema no es la urgencia, sino no salir nunca de ella
En medicina, hay momentos en los que es necesario activar el modo urgencia.
Pero vivir siempre ahí tiene un costo: te desconecta del cuerpo, de la mente y de tu propósito. Salir de ese modo no significa bajar la exigencia o dejar de ser productivo, significa aprender a regular tu sistema nervioso para que pueda alternar entre la alerta y la recuperación.
Estrategias prácticas y realistas para médicos que necesitan regularse
1. Microdescansos de regulación
No necesitas una hora libre para recuperarte, necesitas minutos de pausa consciente.
Entre pacientes, tómate 60 segundos para respirar profundo, soltar los hombros o simplemente mirar por la ventana sin hacer nada. No es pérdida de tiempo, es darle al cuerpo permiso para resetearse.
2. Respiración vagal
La respiración profunda y lenta activa el nervio vago, que estimula el sistema parasimpático, que es el que calma. Esta es una técnica sencilla que puedes implementar:
- Inhala 4 segundos.
- Retén 2.
- Exhala 6.
- Pausa 2.
Repite tres veces. Literalmente estás diciéndole al cuerpo “ya no estamos en peligro”.
3. Cierra ciclos, aunque sean pequeños
Tu cerebro necesita sentir que algo termina para soltar la alerta. Antes de irte del hospital, o de dormir, haz un cierre mental del día:
“Hoy hice lo que pude, con lo que tenía. Mañana será distinto”.
Esa frase sencilla entrena tu mente para reconocer el descanso como parte del trabajo.
4. Recupera la conexión con lo que te calma
El modo urgencia te hace olvidar lo que te gusta. Recuérdalo, música, caminar, leer algo que no sea medicina, cocinar, ver a algún ser querido. Esas actividades activan el sistema de recompensa y te ayudan a reprogramar el cerebro para volver a sentir placer y presencia.
5. Cuida tus límites
El cuerpo no puede sostener lo que la mente niega. Aprender a decir “no” cuando ya no puedes más, o “necesito ayuda”, no te hace débil, te hace funcional. En medicina, cuidar los límites personales es también una forma de ética profesional.
El modo urgencia te enseña a salvar vidas, pero para sostener esa misión, también necesitas salvar la tuya a través de tu cuerpo, tu mente, tu energía. Se trata de aprender a regular el ritmo para que, como médico, tengas toda la claridad para acompañar.

